Hay
más días que longanizas, pero los sindicatos han escogido el 11 de marzo para
convocar manifestaciones en toda España. Precisamente el 11M, una de las fechas
intocables del calendario. Es cierto que se pueden hacer dos cosas al mismo
tiempo, y que el rechazo público de la reforma laboral no es incompatible con
el recuerdo público o privado de la matanza de 2004. Sin embargo nada obliga a
hacer un domingo lo que se puede programar para la víspera o el lunes siguiente,
y más si la convocatoria pretende ser el ensayo de una posible huelga general entrevista
para el 29, que cae en jueves. Los ensayos hay que hacerlos en las mismas
condiciones de laboratorio que el estreno, así que no tiene mucho sentido
simular en un día festivo una función que luego va a ser representada en día
laborable. A no ser que exhibiendo músculo en una mañana preprimaveral y ociosa
se intente elevar la moral de la tropa y ganar posiciones de cara a una
improbable negociación con el Gobierno.
Las sociedades necesitan fechas sagradas que conmemorar. Y las sociedades lastimadas por la violencia terrorista tal vez más que otras. Uno tiene siempre a la vista un calendario donde figuran resaltados todos los días del año en que ETA cometió asesinatos, porque está convencido de que ahí se encuentra el único relato posible de ese pasado que otros pretenden maquillar a base de trampas en las palabras y en la memoria. Imagina que cada huérfano, cada familia, cada barrio o pueblo gestionará esa herida de la manera que mejor le parezca y seguramente habrá buscado la fórmula de duelo que le permita ir tirando en la vida con sus alegrías y sus pesares sin por ello dejar de honrar a su ser querido. Pero es seguro que en ese día ninguno celebrará una boda ni firmará unas escrituras ni tomará una decisión memorable para evitar que en lo sucesivo una efeméride eclipse a la otra. Todas las precauciones son pocas para impedir la labor de zapa del olvido, esa fiera ávida de coartadas con las que conquistar terreno.
Las sociedades necesitan fechas sagradas que conmemorar. Y las sociedades lastimadas por la violencia terrorista tal vez más que otras. Uno tiene siempre a la vista un calendario donde figuran resaltados todos los días del año en que ETA cometió asesinatos, porque está convencido de que ahí se encuentra el único relato posible de ese pasado que otros pretenden maquillar a base de trampas en las palabras y en la memoria. Imagina que cada huérfano, cada familia, cada barrio o pueblo gestionará esa herida de la manera que mejor le parezca y seguramente habrá buscado la fórmula de duelo que le permita ir tirando en la vida con sus alegrías y sus pesares sin por ello dejar de honrar a su ser querido. Pero es seguro que en ese día ninguno celebrará una boda ni firmará unas escrituras ni tomará una decisión memorable para evitar que en lo sucesivo una efeméride eclipse a la otra. Todas las precauciones son pocas para impedir la labor de zapa del olvido, esa fiera ávida de coartadas con las que conquistar terreno.
El
11M agrupa en lo colectivo todo el empeño de recuerdo que otras fechas imponen
en lo particular. Su valor simbólico no se queda en la simple conmemoración
sino que requiere cierta liturgia del luto que evoque lo que nunca ha de volver
a pasar y afirme la posición moral de la comunidad frente a la barbarie. Si
CCOO y UGT, tan silenciosos frente al paro por demasiado tiempo, buscan
reconciliarse con el sentir general de una sociedad empobrecida, quizá debieran
empezar respetando ciertos sentimientos. La memoria de las víctimas exige
silencio y compromiso; el estado de cosas en la economía y el empleo requiere
imaginación, esfuerzo y crítica. O luto o queja: no conviene mezclar discursos
y mucho menos usar uno de ellos como trampolín para avivar el otro. Tal vez sea
exagerado decir que por convocar manifestaciones el 11M se está profanando la
memoria de las víctimas, pero tampoco en esta lucha por hacerse con la calle
vale todo.
Publicado en El Correo y otros periódicos de Vocento el 2 de marzo de 2012
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