Acabo
de oír por la radio a un prohombre haciéndose el gracioso ante la prensa
justamente el día en que nos informan de un nuevo agujero en las cifras del
desempleo. No es un cualquiera, el humorista. Manda, y bastante, en los asuntos
del dinero público. Antes una situación así me hubiera parecido cínica,
indecorosa, intolerable. Ahora estamos tan hechos al disparate y la paradoja
que en cierto modo llego a comprenderlo. Es viernes, llega el finde, hace
solecito, florecen los almendros, en fin: arriba los corazones. En lo que
llevamos de catástrofe todos hemos entonado en más de una ocasión el canto al
estilo de pensamiento optimista, aquello de al mal tiempo buena cara, a la
necesidad de encontrar el lado positivo de las cosas y aprovechar lo que la
crisis tiene de oportunidad. Aunque sean tópicos más bien vacíos, tienen algo
de mecanismos mentales de defensa ante la adversidad sin los cuales solo
conseguiríamos añadir abatimiento a la derrota. Esta función también la pueden
cumplir el humor y la risa, siempre y cuando uno acierte en las dosis. Decía
Juan Benet que cualquiera que sea el estado del alma en que se vive, el hombre
debe ser capaz de desplegar su humor, haciéndolo navegar por la superficie de
sus sentimientos aunque sus profundidades se tiñan con el anuncio de la
tormenta. Es cierto. Sin embargo, hay un tipo de humorismo que camina en la
cuerda floja entre lo macabro y lo insolente, un humor negro que solo se lo pueden
permitir quienes, teniendo el riñón bien cubierto, contemplan las desgracias a
su alrededor como si fueran simples vaivenes de la fortuna y sueltan el chiste
como quien hace una cabriola en el aire para entretener al público.
Acostumbrados a estar en el uso de la palabra y a modelar la realidad con las
palabras que más les convienen, se echan a reír a mandíbula batiente sin tener
en cuenta de que hay risas como cuchillos. Tal vez sea solamente una cuestión
de matices, de sensibilidad, de tacto. O de que, ya lo he dicho otras veces,
nos estamos volviendo demasiado susceptibles. Quién sabe.
Publicado en Diario de Navarra el 3 de marzo de 2012
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