En
los comienzos de la crisis oímos hablar mucho de Educación, así, con mayúscula.
No solo se propagó por doquier la idea de que a los trabajadores se les
presentaba una excelente oportunidad para adquirir mayor capacitación y
formarse para empleos más cualificados, sino que los economistas exhortaron a
las empresas a incrementar sus gastos en innovación asegurándoles que de esa
manera saldrían reforzadas del túnel. Por un momento pareció que algo
provechoso íbamos a sacar de las vacas flacas. Los nuevos axiomas acerca de las
bondades del conocimiento y el aprendizaje anticipaban una especie de
reconversión cultural que, si no daba la seguridad total de salir de pobres, al
menos hacía de la necesidad virtud. Pero el espejismo duró poco. Un par de años
después nos encontramos con recortes brutales en los presupuestos públicos
destinados a la investigación, despidos de profesores interinos en la enseñanza
secundaria, rebajas en las asignaciones a las universidades, fugas masivas de
titulados al extranjero y, lo que viene a ser más preocupante: una extendida actitud
social de rechazo, cuando no de inquina, hacia los profesionales del saber. Se
pudo comprobar con motivo de las ampliaciones del horario lectivo impuestas a
los docentes de varias comunidades, pero el mismo espíritu alienta muchas de las
críticas contra la frustrada ley de descargas ilegales en Internet. Al docente,
al creador y al científico les son negados el pan y la sal porque están vistos
como sujetos improductivos. O molestos parásitos, directamente. La interesada
campaña del pasado verano contra el profesorado, al que se pintó con los trazos
del vago y el maleante por salir a defender la enseñanza pública, contó con la
adhesión de mucho resentido que pedía poco menos que las galeras para los
educadores de sus hijos. Es la vieja tradición de un país donde siempre se ha
mirado mal a quienes se dignan usar de la cabeza para algo que no sea embestir
o rematar a gol. El proverbial antiintelectualismo español no pertenece al
pasado; con solo echar un vistazo a la parrilla televisiva de las grandes
cadenas, sin excluir las públicas, queda patente la resistencia de una gran
parte de nuestra sociedad a todo lo que suponga esfuerzo mental y estudio
razonado. Y los poderes, encantados de sintonizar con esa corriente popular tan
favorable a las diversiones y a los arrebatos emocionales como reacia a
apreciar las bondades de la especulación abstracta, al pensamiento crítico y a
la observación científica de la realidad. Mientras los sabios reclaman la
creación de un ministerio de Ciencia para estar a la altura del tercer milenio,
el gobierno suprime la cartera que más se le parecía y anuncia ahora un tijeretazo de 600 millones de euros en investigación científica y técnica. A
pesar de haber transcurrido 75 años desde la muerte de Unamuno, el «Que inventen
ellos» sigue tan vivo como entonces.
Publicado en El Correo y otros periódicos de Vocento el 6 de enero de 2012
http://www.elpais.com/articulo/opinion/ciencia/compra/vende/elpepiopi/20120108elpepiopi_8/Tes
ResponderEliminarPara apoyar la iniciativa por el 0,7 % destinado a la Ciencia en la declaración de la renta: http://actuable.es/peticiones/casilla-apoyo-la-ciencia-la-declaracion-la-renta
ResponderEliminarHola "maestro", he sido alumno suyo hace pocos años y ahora trabajo en la educación pública.
ResponderEliminarMe ha encantado el artículo.
Un saludo.
Gracias, Juan Carlos. Un saludo
ResponderEliminar