Hace unos días supimos de la cobardía de un capitán de
crucero que dejó junto con su nave encallada a miles de personas abandonadas a
su fortuna. Un sujeto despreciable no solo por el daño causado a los pasajeros con
peor suerte, sino por algo aún peor: por no haber sabido estar a la altura de
nuestra mitología, la que concentra en la figura del capitán de barco todos los
atributos del héroe enfrentado a la adversidad. El mar es una fuente inagotable
de leyendas. El rumor del mar sigue trayéndonos, además de viejas canciones
nostálgicas y ecos de inciertas aventuras, fragmentos de pedagogía que hablan
de un sistema de valores tal vez en desuso pero todavía capaz de ejercer cierta
fascinación sobre los vulgares mortales de secano. Todos llevamos dentro un
bucanero con parche en el ojo y loro en el hombro —y tal vez también con demasiadas
películas en la retina—
que gusta de engrandecer las historias del mar y extraer de entre el oleaje
lecciones de honor, coraje y dignidad. De ahí que nos hayamos ensañado sin
clemencia con el tal Schettino, el antihéroe, el villano que no supo estar a la
altura de su cargo ni de las circunstancias. Pero pocos días después el mar nos
ha recompensado con un gesto que devuelve la confianza en el género humano. En
la playa del Orzán, en La Coruña, tres policías han muerto ahogados al tratar
de salvar la vida a un muchacho que se metió en el agua llevado por la euforia
de un botellón playero de madrugada. La comparación es inevitable. Y tremenda,
como lo son todas las tragedias donde perece alguien que ha arriesgado el
pellejo por otro, gratuita, desprendidamente. Esta vez también los personajes
han sido hombres de uniforme, aunque el suyo fuera mucho menos lucido que el
del capitán gallina. No lucían galones dorados ni estrellas en la bocamanga, y
acaso vivían ajenos a la palabrería de las grandes hazañas marinas. Pero en
estos tiempos que corren de sálvese quien pueda, ver cómo unos servidores
públicos anteponen el sentido del deber a la propia supervivencia no deja de
ser reconfortante.
Publicado en Diario de Navarra el 28 de enero de 2012.
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