La
vergüenza ajena es un sentimiento raro. Vemos a alguien haciendo el ridículo y
experimentamos una suerte de apuro, un malestar tan intenso que desearíamos que
nos tragase la tierra. No somos nosotros quienes actuamos de forma indecorosa, pero
en ese momento sentimos que algo de la conducta ajena nos incumbe. Dice la
neurociencia que en situaciones así se ponen en acción los mecanismos
cerebrales de la empatía, de modo que la vergüenza ajena nos hace solidarios y
nos recuerda que al fin y al cabo todos vamos en el mismo barco. Sobre todo
cuando quienes dan la nota son compatriotas. Quién no se ha sonrojado al
enterarse de que a uno de su pueblo lo encontraron por la noche borracho y a
cuatro patas a la puerta de un garito en Nueva York, o ha sufrido viendo al
equipo local recibir un saco de goles en un partido televisado a medio mundo.
Uno querría desmarcarse, pero no puede. Es lo que tiene el factor pertenencia,
que permite beneficiarse de los éxitos de otros pero que cuando vienen mal
dadas obliga a bajar la cabeza y apechugar. Tal como ha explicado Boris
Cyrulnik en Morir de vergüenza, nos sometemos a un tribunal imaginario ante
el cual nos consideramos tan responsables o más que los propios causantes del
problema. En realidad estos se libran del mal rato porque no suelen tener
conciencia de la humillación. Y no les digo nada si ya no son simples vecinos
sino representantes del país. Ocurre con frecuencia. Un disparate dicho aquí,
una salida de tono allá, una pantomima garrula representada más allá ante las
cámaras nos dejan expuestos a la mofa pública sin comerlo ni beberlo mientras
ellos creen haber triunfado ante todo el planeta. Sabemos que por culpa de su dudoso
gusto y de su pintoresco sentido del orgullo local volveremos a sufrir las
burlas en el próximo viaje y que en la mesa habrá chistes a nuestra costa. Y no
hay una mísera oficina de reclamaciones para estos casos. Ni la legislación
vigente contempla indemnizaciones por daños y perjuicios. Una injusticia. Qué
cruz.
Publicado en Diario de Navarra, 21 de enero de 2012
No hay comentarios:
Publicar un comentario