lunes, 6 de febrero de 2012

La prueba falsa

En tiempos del ministro Gabilondo llegamos a creer que por fin la Educación en España dejaba de estar sometida a los vaivenes políticos y que acababa la loca espiral de reformas de los últimos decenios. Nada se haría en lo sucesivo sin el acuerdo de todos, y ese fue el motivo por el que el ministro renunció a llevar adelante unos cambios que no contaban con el beneplácito de alguna de las partes. El espejismo ha durado poco porque, apenas llegado al poder, al PP le ha faltado tiempo para emprender a solas un nuevo vuelco del sistema. Parece que otra vez convergen dos dinámicas propias del espíritu español: la improvisación y la ocurrencia. De la suma de ambas salen iniciativas recibidas con alborozo o disgusto según bandos, sin que a nadie parezca importarle lo más mínimo el rigor de las propuestas. 

El caso es demoler el edificio aunque no haya proyecto ni planos de la nueva obra. Nunca faltarán los hooligans de turno dispuestos a jalear cada golpe de piqueta, en la ingenua creencia de que el solo hecho de acabar con lo abominable ya garantiza la bondad de lo que venga después. Es reveladora la alegría con la que el flamante ministro Wert ha actuado en sus declaraciones sobre la asignatura de Educación para la Ciudadanía. Ya estamos acostumbrados a que cada vez que se abre la veda en cualquier asunto relativo a la educación empiece un campeonato de ingeniosidades que da lugar a situaciones pintorescas y a menudo absurdas. Pero el amateurismo no justifica el empleo de pruebas falsas como las aportadas por el ministro para mandar la asignatura a la hoguera. Wert leyó pasajes de un supuesto libro de texto que contenían juicios heréticos contra el capitalismo, dando a entender que esa era la doctrina impartida por los docentes en las aulas. Pues bien: ni se trata de un libro de texto, ni está dirigido a escolares. Es un ensayo firmado por tres filósofos que reflexionan críticamente sobre una asignatura con la que, para más inri, están en desacuerdo.

En otro país más amante del rigor, la lógica y la exactitud un alto responsable educativo que procediera de ese modo habría sido destituido al instante. O habría dimitido 'sponte sua' sin esperar al motorista, consciente de que la formación de los futuros ciudadanos no puede estar en manos de un embustero. De nuevo andamos metidos en discusiones donde todo vale, aunque el objeto final del debate sea algo tan delicado como la instrucción pública. No hay documentos razonados, ni trabajos estadísticos, ni estudios científicos, ni experiencias ajenas contrastadas, ni argumentos sólidos de ninguna clase que respalden las medidas propuestas; por no haber, ni siquiera hay claridad en la descripción de esas medidas. ¿Cómo intervenir de buena fe en un debate así? Entre el palo de ciego y la leña al mono, vuelve de nuevo la Educación a sufrir el castigo de nuestra ligereza.



Publicado en El Correo y otros periódicos de Vocento el 2 de febrero de 2012

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