miércoles, 8 de febrero de 2012

Pensar en grupo, hablar en tópicos


«Nuestra cabeza es redonda para permitir 
al pensamiento cambiar de dirección» 
(Francis Picabia)



La unión hace la fuerza, proclama una de las máximas del trabajo en equipo. Se obtienen mejores resultados cuando el comportamiento individualista cede a la colaboración dentro del grupo. Juntos somos más poderosos que separados. Son afirmaciones elevadas a dogmas que siguen teniendo crédito en muchas esferas de la actividad humana, desde la empresa hasta la escuela, desde las organizaciones de alto nivel hasta la vida de familia. Y sin duda actuar en grupo es más rentable, seguro, cómodo y eficaz que hacerlo por separado. Pero tiene sus riesgos. El no menor de todos es el llamado «pensamiento grupal» («whisful thinking»), ese manojo de trampas y malentendidos provocado por el sentimiento de pertenencia a una colectividad.


En su libro más reciente ('Tantos tontos tópicos', Ariel, 2012), Aurelio Arteta ha desgranado los tópicos de la conversación que, más allá de la mera rutina verbal y de la actitud perezosa de los hablantes, van asentando el poder de la mayoría en el discurso social dominante. Son esos 'lugares comunes' en los que tarde o temprano acabamos recalando como si en ellos buscásemos «el satisfactorio encuentro de uno con esa mayoría, el ocultamiento en medio del número, la huida de toda disputa y, en fin, la tranquilidad consiguiente». La inclemente deconstrucción a la que Arteta somete cada una de las «arraigadas muletillas» del ámbito de la filosofía moral y política en las que nos apoyamos para salir del paso en diversas situaciones pone al descubierto un gran vacío de libertad: no somos originales en lo que decimos porque en el fondo nos resistimos a ser responsables de nuestras propias ideas. Es sabido que el pensamiento grupal crea en el individuo una ilusión de moralidad que a su vez se sostiene en otra ilusión, la de unanimidad. Quien afirma que «todos tenemos alguna parte de verdad» o que «todas las opiniones son respetables» no solo cree pensar con rectitud, sino que tiene la certeza de que sus palabras son aprobadas por quienes le escuchan.

¿Cómo arriesgarse a revisar la razón o la sinrazón de argumentos como «solo cumplo con mi deber», «una cosa es la teoría y otra la práctica» o «estoy en mi perfecto derecho» cuando emplearlos nos garantiza un pasar sin problemas ante situaciones comprometidas? Por decirlo de otro modo: las ideas recibidas y los tópicos al uso vienen reforzados por la apariencia de invulnerabilidad propia de todo pensamiento de grupo. El sujeto tiende a creer que balando como una oveja entre las ovejas y no alejándose del resto del rebaño estará más protegido que si se toma su propio camino por separado. A este miedo se le añade otra dimensión, más coercitiva, de un pensamiento grupal que prohíbe manifestar reticencias, dudas, críticas o matizaciones respecto a la opinión común. Diversos estudios realizados en grupos de distinto carácter han venido a demostrar, por ejemplo, que no siempre las sesiones de «brainstorming» o tormenta de ideas dan frutos más creativos que el esfuerzo aislado de cada uno de los componentes. Antes al contrario, se ha podido comprobar que liberados de la presión del grupo muchos individuos dan rienda suelta a la imaginación y proponen iniciativas más abiertas y originales.

Pero el efecto más nocivo del «whisful thinking» es la autocensura. La necesidad de sentirse integrado, el horror al rechazo, la búsqueda de aprobación social y la atracción del orden establecido acaban creando en la mente de los sujetos un «vigilante interno» infinitamente más estricto que todos los inquisidores externos. En palabras de Aurelio Arteta, como «lo que más agrada a la masa es encontrarse con la masa misma», no ha de extrañar que acudir a los lugares comunes se revele «un modo seguro de congraciarnos con lo que está mandado».

Para contrarrestar el peso de nuestro censor interno haría falta tener siempre a mano un opositor encargado de recordarnos que existen otras alternativas para la mirada y el juicio y que, aunque solo sea a modo de hipótesis, siempre es preciso tener en cuenta puntos de vista distintos al que damos por bueno. «Si una verdad fundamental no encuentra opositores —advertía Stuart Mill—, es indispensable inventarlos y proveerlos de los argumentos más válidos que el más astuto abogado del diablo pueda inventar». No está de más recordar que el«advocatus diaboli» o «abogado del diablo» fue una figura creada por la Iglesia católica del siglo XVI para intervenir en las causas de canonización en contra del candidato, como freno de la corriente de euforia y «buena fe» que en estos casos solía acompañar a los procesos.

«Un equipo de gente brillante puede tomar las decisiones más equivocadas y quedarse tan tranquilo». Es la conclusión a la que llegó Irving Janis después de analizar numerosos ejemplos de dinámica de grupos para equipos directivos. De la misma manera, hasta la cabeza más despejada puede sucumbir al tópico si baja la guardia, suspende el juicio y se deja llevar por el confort de la gramática parda. Pensar en grupo: ese oxímoron.




Publicado en El Correo el 5 de febrero de 2012

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