domingo, 19 de febrero de 2012

Titulitis


Observaban hace poco nuestros empresarios que muchos trabajadores españoles están sobretitulados, formidable vocablo. Viene a ser lo mismo que subempleados, solo que dándole la vuelta al calcetín de los los prefijos. Llegará un día, si no ha llegado ya, en que haya que ocultar las licenciaturas y los másteres para no caer en desgracia laboral. Pero no dentro de la política. Ahí sigue primando la 'titulitis', el afán de acumular carreras y expedientes académicos aunque en rigor la política sea una de las actividades digamos elevadas donde no es preciso acreditar estudio alguno. El político es un ser ambivalente que vive entre la evidencia posmoderna del «no te puedes imaginar, Sonsoles» y la nostalgia secular del mérito. Hoy lo vemos arremangado en los mítines para ponerse a la altura del populacho y mañana adornándose con plumas profesionales de pega para aparentar ser alguien.

Estos días han salido a la luz dos casos de políticos pillados con las manos en la masa de la mitomanía universitaria. Nos hemos enterado de que tanto el reciente secretario de Estado de Empleo Tomás Burgos, del PP, como la vicesecretaria general del PSOE Elena Valenciano sometieron sus respectivos currículum vitae a sendas operaciones de tuneado que los presentaban como médico al uno y como licenciada en Derecho y Ciencias Políticas a la otra. Era mentira, pero a medias. Ambos han cursado estudios en estas titulaciones, aunque no se sabe cuántos porque en este particular el lenguaje tiende a la imprecisión. «Haber cursado estudios» vale por igual para quien se bate con una sola asignatura rebelde y para el que abandona en primero más atraído por la trepidante vida universitaria nocturna que por las aulas y las bibliotecas.

Tal vez no importe demasiado, pero uno agradecería tener representantes menos imaginativos y mejor avenidos con la realidad. «No son las mentiras francas, sino las refinadas falsedades las que entorpecen la expresión de la verdad», avisaba Lichtenberg. La pseudología fantástica actúa de esa manera, acumulando refinadas falsedades que poco a poco van cambiando la apariencia del impostor hasta que él mismo acaba creyendo ser el personaje que ha construido. Lo prodigioso es que Burgos y Valenciano no solo han conseguido mantener su ficción durante más de diez años sin que nadie, ni en el Congreso ni en el Parlamento Europeo, reparara en el detalle, sino que a lomos del embuste han medrado hasta alcanzar la cumbre de su carrera pública. Y más admirable aún es que en todo este tiempo no hubieran dedicado algún rato a hincar codos, aunque solo fuera por reconciliarse con sus respectivas máscaras. Al destaparse el asunto hemos perdido un médico y una letrada, pero quizá hayamos ganado dos seres humanos que, como todos nosotros, también han vivido por encima de sus posibilidades. Ellos sí que han sido unos sobretitulados. 






Publicado en El Correo y otros periódicos de Vocento el 17 de febrero de 2012

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